Del 1990 al 2000 estuve trabajando en una gestoria en el barrio de Gracia. Además de las tareas habituales de despacho (pasar a máquina, archivar, facturar, contestar al teléfono...) también hacía de "chica de los recados", llevando cosas a firmar o pasando a buscarlas, presentando documentos en diferentes organismos oficiales... Aprendí a moverme por la ciudad eficientemente con transporte público, a calcular el tiempo que me llevaría ir de un sitio a otro.
Cada dia había de coger muchas veces el Metro y, al pasar por la estación de Passeig de Gracia, Linea 3, con dirección a Montbau, justo al principio del andén, veia a menudo a un hombre mayor, muy alto, con bigote, bien vestido, que se paseaba arriba y abajo por ese trozo, con un bolígrafo en la mano, carraspeando y entonando notas, cantando ópera.
Era chocante, muchos viajeros se reian de él. A mi me inspiraba mucha ternura. Yo no esquivaba su mirada, le observaba con curiosidad pero sin malicia.
Hace algunos dias estaba por Barcelona y cogí la Linea 3 para hacer el transbordo en Diagonal hacia la Linea 5.
Y al pasar por Passeig de Gracia, ¡ahí estaba él! Casi diez años después, más canoso pero igual, con su traje clásico y su boli en la mano, carraspeando y soltando notas sostenidas... Lo miré sorprendida, ya no me acordaba de él... y él me miró, pero no creo que me recordara. Imagenes de esos diez años en los que coincidimos en mis numerosos trayectos acudieron a mi memoria. Y me alegré de que aún conserve su estrambotica costumbre.
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